El pasado martes, 2 de octubre, el plan se nos presentaba
nuevo y diferente. Asistimos a un taller de cocina en Kitchen Club dirigido por
Darío Barrio, cocinero y propietario del restaurante Dassa Bassa.
Antes de entrar, el ambiente que se aprecia desde la calle
es ya apetecible. Se ve una cocina al fondo y cerca de la puerta de entrada una
mesa preparada para una cena "entre amigos". Los primeros
sentimientos que descubro son los mismos que cuando quedo con mi familia para
una cena o una comida en "la Sociedad" y es que en el pueblo de mis
padres (Tolosa, Guipúzcoa), ir a "la Sociedad" supone un rato
agradable en familia o entre amigos donde disfrutar de un buen pescado, un buen
chuletón, unos chipirones como los que hace mi tía Maribel, que no tienen
desperdicio y un pastel vasco de postre (lo demás puede ser prescindible, pero
el momento del pastel vasco, ¡no lo perdono!).
Y es que el espíritu de Kitchen Club es muy parecido al de
una Sociedad Gastronómica o, por lo menos, es lo que yo percibo en un primer
momento. Bien es cierto que a "la Sociedad" no se va expresamente a
recibir un curso de cocina, aunque no tardo en descubrir que a Kitchen Club
tampoco se va exclusivamente a recibir un curso de cocina.
Dentro de Kitchen Club el ambiente es aun mejor que lo que
se percibe desde fuera. Darío está limpiando unos chipirones (¿Coincidencia? ¿O
no?), hablando fluidamente con un chico, que ya se encuentra manos a la obra y
se esmera en limpiar los chipirones sin dejar que la conversación se apague en
intensidad. Pronto descubrimos que se trata de otro alumno y sin que nos demos
cuenta tenemos puestos nuestros delantales y tenemos asignada una tarea,
mientras nos presentamos brevemente.
El tiempo discurre deprisa entre breves apuntes de cocina, zanahorias,
chistes, perdices, risas, explicaciones sobre el escabeche, etc. Se puede
aprender de cocina (y mucho) sin dejar de disfrutar y de pasar un rato
agradable. Carlos Pascal, encargado en Kitchen Club es el gran responsable de
que todo cuaje, de que vaya sobre ruedas, de que la velada transcurra como
debe, sin perder ni un detalle. El vino, chileno como Carlos y buenísimo por
cierto, nos acompaña durante el rato en el que estamos cocinando y nuestra
copas se van vaciando a la vez que los intensos olores de los alimentos que están
al fuego llenan el ambiente.
Se termina el curso y como no puede ser de otra manera, nos
sentamos a la mesa a disfrutar de aquello que hemos cocinado juntos. No nos
conocíamos de nada hace tan solo tres horas, pero apetece compartir mesa con
gente tan dispar a la que el gusto por la buena mesa ha unido. Siguen las
risas, la amena conversación y las grandes lecciones de cocina (probaremos de
nuevo a hacer la salsa holandesa, ya os contaremos).
Estupenda velada que deja un gran sabor de boca.
Os animamos a que conozcáis Kitchen Club y disfrutéis tanto
como nosotros.
Un saludo,